¿Se acuerdan de la Osita de la Plaza Mayor de Madrid? Pues la hemos vuelto a encontrar en plena Selva Negra en Alemania, y le he pedido que nos cuente su experiencia en el país de los teutones. En la misma linea de las Cartas Persas de Montesquieu, Eugenia ha cogido su pluma y nos regala un relato epistolar satírico que nos hace reir, mucho, y reflexionar. ¿Cómo se puede ser alemán? Les dejo disfrutar de la primera parte.
Vengo de
corresponsal latina para averiguar cómo se vive por aquí, si es
verdad tanta maravilla merkeliana.
CALLADITOS.
Aparte que no hablo alemán, lo que se oye aquí es el SILENCIO y todo a ‘sotto voce’. Esa sería una característica de un lugar donde no se escucha diríamos la voz de nadie, ni en la calle, ni los perros ladran, ni los gatos maúllan. Sólo graznidos de cuervos. Me di cuenta de ello porque un día salí a dar una vuelta por el barrio y con apenas 50 pasos recorridos oigo un grito por detrás: “-Iá, jalóoo, bítee”. Miro hacia todos lados y el único rastro de vida humana era yo. Volteo y ¡era conmigo! Se me había caído el gorro del bolsillo y una ciclista me estaba avisando. Menos mal, que quedarse con la cabeza pelada no es lo más recomendable en invierno. Uno de los 2 gritos que he escuchado en 4 semanas. El otro fue de una madre-niño-llega-tranvía.
Algunos precios de interés: Barra de pan 0,60€; paquete
de cigarros más barato 4,80€, Marlboro 5,20€, en las máquinas
de la calle 6,00€; Cocacola litro y medio 0,98€.
KARLSRUHE Neureut (Noiroit) es un barrio al nor-oeste del centro de
la ciudad y separado de ella por un gran bosque (WaldStadt). Son 7 km
hasta el centro atravesando la selva y una tarde decidí echarme el
paseo, una de las misiones planteadas. Entre pitos y flautas salí a
las 4:30 pm, un poco tarde, pero saqué la cuenta así cual baquiana:
“Camino a 5 kph, llego en 1 hora y media”. Salgo de casa de la
prima Anamaría y sigo sus instrucciones, entre otras, -No cambie
camino por vereda. Penetro en el bosque que tiene unos pinos
altísimos, tiene un musgo verde manzana que tapiza las raíces y
troncos caídos como de fábula de Esopo y se observa a simple vista
la fauna que transita: Ciclistas y corredores. Ciclistas de varias
especies: ejecutivos con traje, otros canosos pelo-que-se-agita-con
viento tipo Richard Gere (uhmm), mujeres de todas las edades,
parejas, niños con padres, todos con su lucecita delantera blanca
que alumbra el
camino y su ‘stop’ trasero rojo. En todas direcciones porque el camino real es cruzado por muchos senderos. ¡Ay, qué bello y bucólico todo! Aire puro, atardecer y yo cumpliendo con mis promesas de año nuevo de mover el esqueleto, todo perfecto. Hasta que se empezó a poner bien oscuro, casi no pasaban ciclistas, del agite que llevaba se me empañaban los lentes y casi no veía. Seguía caminando, caminando, llegué al ‘Anillo de Adenauer’ (una autopista) y lo atravesé por una pasarela. Veía a lo lejos las luces del palacio de Karlsruhe, símbolo de llegar a la civilización, pero casi no veía el camino. Llevaba ya casi 2 horas echándole piernas, tenía ganas de hacer pipí, me llegaban olores de animales salvajes y escuchaba aullidos y graznidos por doquier. Dejé bastante asustada mis activos líquidos al pié de un árbol y seguí el camino que alumbraban los esporádicos ciclistas que apenas pasaban. Y llegué al Palacio de Karl hecha un despojo, sudada, coja, pero triunfante y orgullosa. Iba a llamar a la prima por teléfono para contarle que lo había logrado, pero qué va, teléfonos públicos creo que ya están en extinción. Me monté en el tranvía en la Kaiserstrasse, que es como la Gran Vía (1 viaje 2,30€) y cuando llegué, en casa ya iban a llamar a la ‘polizei’
porque pesaban que me había perdido en el bosque (que hay gente que se ha extraviado). Le conté de los olores y me dijo que era mierda de JABALÍ, que allí habían muchos. En fin, que la Selva Negra es una tarta con cerezas, nata y chocolate; también una extensión de bosque oscuro y con chocolate, pero de jabalíes.
camino y su ‘stop’ trasero rojo. En todas direcciones porque el camino real es cruzado por muchos senderos. ¡Ay, qué bello y bucólico todo! Aire puro, atardecer y yo cumpliendo con mis promesas de año nuevo de mover el esqueleto, todo perfecto. Hasta que se empezó a poner bien oscuro, casi no pasaban ciclistas, del agite que llevaba se me empañaban los lentes y casi no veía. Seguía caminando, caminando, llegué al ‘Anillo de Adenauer’ (una autopista) y lo atravesé por una pasarela. Veía a lo lejos las luces del palacio de Karlsruhe, símbolo de llegar a la civilización, pero casi no veía el camino. Llevaba ya casi 2 horas echándole piernas, tenía ganas de hacer pipí, me llegaban olores de animales salvajes y escuchaba aullidos y graznidos por doquier. Dejé bastante asustada mis activos líquidos al pié de un árbol y seguí el camino que alumbraban los esporádicos ciclistas que apenas pasaban. Y llegué al Palacio de Karl hecha un despojo, sudada, coja, pero triunfante y orgullosa. Iba a llamar a la prima por teléfono para contarle que lo había logrado, pero qué va, teléfonos públicos creo que ya están en extinción. Me monté en el tranvía en la Kaiserstrasse, que es como la Gran Vía (1 viaje 2,30€) y cuando llegué, en casa ya iban a llamar a la ‘polizei’
porque pesaban que me había perdido en el bosque (que hay gente que se ha extraviado). Le conté de los olores y me dijo que era mierda de JABALÍ, que allí habían muchos. En fin, que la Selva Negra es una tarta con cerezas, nata y chocolate; también una extensión de bosque oscuro y con chocolate, pero de jabalíes.
Continuará...........